Por JOSÉ BENEGAS

La mayoría de la gente rechazaría este comentario con solo leer el título, porque lo considerarían malévolo. Seguro no repararon en ver de qué depende su juicio, porque es algo que está absolutamente arraigado y todo el aparato educativo tiende a confirmar supuestos, a preparar a la gente para conformarse como herramienta para la subsistencia. Eso es precisamente lo peligroso del dogma de solucionarlo todo con “educación”, como si hubiera solo una posible y las verdades fueran conocidas e inmutables para unos seres que disponen con fuerza de ley “educar”. 

La legislación laboral supone las “verdades” marxistas: Los trabajadores son explotados, pertenecen a una clase diferente a la de los empleadores. Estos ganan en los tratos con sus empleados y sus empleados pierden, por lo tanto el estado es necesario para equilibrar la cuestión, junto con los sindicalistas. También que los salarios son algo que depende de la voluntad del que los paga y que pueden manejarse legislativamente para mejorarlos. En consecuencia, la ley puede hacer que todos vivamos mejor. Detrás de todo eso está la idea de que el bienestar depende de una voluntad generosa. Así es que el que se opone a la legislación laboral se opone a la buena intención y a sus autores. 

Bien, supongamos que eso no sea cierto. Que no hay explotación, ni clases, ni los salarios son fruto de la buena o mala voluntad ¿No valdría la pena repensar si el camino del laboralismo es el correcto? 

Hay algo que no se debe suponer, sino ver. Esto es, cómo la gente acepta trabajar en negro, fuera de la “protección” legislativa. Como los Estados Unidos se llenan de personas que además de no tener protección laboral, ni siquiera tienen un status civil, es decir, trabajan con toda la legislación en contra. También la impotencia de las políticas laborales para hacer que la gente viva mejor en países paupérrimos y cómo el mercado ofrece salarios mucho más altos que los que los países “generosos” como el nuestro quieren lograr con la policía de la buena voluntad empresarial. 

Tendríamos que preguntarnos de dónde vienen los salarios y todos los demás beneficios que la gente obtiene “alquilando” su tiempo y esfuerzo. No es por cierto un “reparto de bienes”, sino una actividad lucrativa. El beneficio que piensa obtener el empresario, le hace correr el riesgo de pagar sumas fijas, suponiendo que hará negocio. Hacer negocio es algo que hiere los sentimientos del “argentino bueno”, por eso tanta pobreza. Bajo la idea dogmática de que nuestra posición en la Tierra es la de ser proveídos por la naturaleza puesta a nuestra disposición por la deidad, el salario así conseguido es medido en función del fin de que estemos amparados, lo que lo hace no ser nunca suficientemente bueno. Pero lo cierto es que el empresario no es un instrumento del más allá, es nada más un individuo que tiene ahorros a su disposición, que imagina que habrá gente que pagará por determinada cosa y se arriesga a producirla. No nos da de comer la bondad, nos da de comer el afán de lucro. A todos, incluso al estado y a las damas de la caridad. El origen de toda riqueza es la ambición, el origen de todo salario es la ambición exitosa. La generosidad no es lo que lleva a que nos paguen diez, tampoco será lo que hará que nos paguen veinte. Eso es lo que tiene de fundamental e irremediablemente equivocada toda la visión laboralista.

El afán de lucro es lo que le da valor al trabajo de los que no corren riesgo ni ponen sus ahorros en ninguna aventura. Vivir bien de un salario es ideal, porque es vivir bien con el riesgo de otro. Pero ese riesgo de otro debe ser cuidado, porque no hay milagros, los salarios, altos, bajos y medianos, dependen de que el aventurero exista y de que acierte, pero también de que no lo atosiguen los parásitos. 

Ahora bien, hay salarios que estimamos como bajos ¿Hay laboralistas que ofrezcan a esas personas uno mejor? No, los laboralistas son expertos en la generosidad que tendrían que tener otros, no ellos. Los laboralistas no nos pagan diez, pero dicen ser los que pueden hacer que nos paguen veinte unos que no son ellos. El salario bajo también es fruto de un riesgo bien administrado de un empresario. Su origen es el mismo que el del salario alto. Cuando las empresas que pagan salarios bajos pueden prosperar, los salarios aumentan por su demanda. De nuevo, el éxito empresario da valor al trabajo, no el derecho laboral. 

En el corto plazo se pueden obtener beneficios para algunos a costa de la empresa con imposiciones del gobierno. Eso también tiene como condición que el empresario siga ganando porque si no desaparece. Algunas personas pueden pensar que entonces vale la pena la legislación laboral, pero olvidan dos cosas fundamentales. La primera es que esos beneficios fueron obtenidos bajo unas reglas opuestas a las que permitieron que tuvieran el trabajo en primer lugar, es decir aquella ambición tan conveniente. La segunda es que el hecho de que la empresa subsista a esos beneficios obligados, no implica que sea la mejor opción, porque además de detenerla en su desarrollo, se están creando condiciones que son gravosas para todos, de manera que no se puede ni saber cuánta gente dispuesta a poner sus ahorros en aventuras empresariales dejarán de hacerlo y cuántas empresas dejarán de existir. Hay que recorrer la sección de los avisos de quiebras de los diarios y preguntarse cuántas hubieran subsistido sin el peso de la legislación laboral y cuantos negocios no se hacen porque el laboralismo plantea una relación que pareciera ser un matrimonio, cuando el empresario nada más demanda ciertas prestaciones y ofrece un pago a cambio. 

Hay algo que es completamente inútil y es apelar a la bondad empresarial, vista ésta encima como desprendimiento a la hora de pagar. Esta verdad de adultos debe ser aceptada para cambiar la suerte de todos nosotros: El empresario no nos sirve por generoso sino por ambicioso ¿Eso va contra nuestras alegorías morales infantiles? Lo lamento mucho, Papá Noel no existe tampoco. 

Por eso es que la legislación laboral debe desaparecer, porque parte de supuestos falsos morales, económicos y existenciales. Por eso es la paradoja de los países socialistas languideciendo en la pobreza extrema y el capitalismo al que huyen los que no pueden más del mal que les hacen sus protectores. 

No hay clases sociales. Repito: No hay clases sociales, ni mucho menos conflicto entre ricos y pobres. Los pobres necesitan ricos, no jueces laborales. Los conflictos que hay entre empleados y empleadores son los que hay en cualquier relación y cualquier negocio beneficiosos. Es más, existen los conflictos porque existen los intereses comunes y el beneficio del intercambio y permanentemente todos necesitamos ajustar el trato que tenemos con cada una de las personas a las que queremos, de las que disfrutamos y con las que hacemos cosas. No necesitamos legislación laboral como no necesitamos justicieros para ver quién hace el asado. El día que los haya se acabarán los asados, por el mismo motivo por el que la legislación laboral sólo estorba al trabajo. 

Queda otra cosa que a mucha gente hace dudar. Parece que esto no se puede hacer “políticamente”, es algo que no se le puede “pedir al gobierno”, porque nosotros como ciudadanos estamos para hacerles la vida fácil a ellos. Está bien, no lo discutiré, pero que quede claro que para que alguna vez esto sea “políticamente” posible, hay que decirlo, hay que gritarlo: basta de legislación laboral.