por Emmanuel Parrado*

En nuestro país y continente las universidades, facultades centros de Estudios tanto públicos como también privados se caracterizan en general para formar recursos humanos sobre ideas que poco que tienen que ver con la defensa de la propiedad privada, la libertad de pensamiento, el gobierno limitado y el libre mercado. Como contrapartida, lo que prima en la formación intelectual de humanistas (historiadores, filósofos, antropólogos, sociólogos, psicólogos e inclusive economistas) son ideas totalmente opuestas al liberalismo. La razones, fundamentadas más bien desde la práctica antes que de la teoría se deben principalmente al pobre argumento crítico al liberalismo y con ello la liviandad sin ruborizarse sobre que el capitalismo y la economía de mercado constituyen dos formas de explotación del hombre en el cual la desigualdad es el punto neurálgico de ambos para su funcionamiento. Por lo tanto, abrazarlos no sólo significaría ser cómplice de la tortura, el crimen y la maldad, sino que el precepto fundamental para todo intelectual progresista es denunciar y comprometerse con la causa igualitarista. Al mismo se torna necesaria dicha acción debido a que la evaluación de los pares (también comprometidos con el mandato igualitarista) es decisiva: un juzgamiento negativo por parte de ellos puede tornarse peligroso para la integridad académica de un miembro, al mismo tiempo que puede derivar al algún rebelde a un ostracismo intelectual poco deseable.
Si analizamos desde el punto de vista macro un pseudo marxismo de pacotilla, chabacano y parroquial ha copado las universidades públicas desde hace por lo menos 50 años. Y en cuanto al ámbito privado, si bien no prima una izquierda revoltosa, sí han proliferado ideas intervencionistas de todo tipo y color. Ahora bien, no es la propuesta aquí vislumbrar el impacto de las ideas en la sociedad, sino preguntarme cómo es posible que egresados del nivel superior maduren ideas antiliberales justamente en un contexto de sociedad que, a pesar del populismo asfixiante, todavía perviven elementos de una república con división de poderes. En especial porque en otras latitudes sería imposible de reflexionar. He aquí central Cuba y su revolución. No es sólo el único régimen de corte stalinista que pervive en la región, sino la única dictadura. La misma se torna el punto de referencia para un cúmulo de pensadores hispanoamericanos (e incluso europeos y americanos). ¿Qué tendrá Cuba? El escritor Marcelo Birmajer contaba en una conferencia el año pasado que en su época de militante de izquierda lo que conmovía y motivaba a la mayor parte de sus compañeros por aquellos años era el odio, la violencia, el secuestro de los regímenes más sanguinarios de la historia de la humanidad: URSS y China. Por lo tanto, ¿Qué tiene Cuba de atractivo? ¿Los presos políticos? ¿Los fusilamientos y la tortura? ¿El irrespeto irrestricto por los derechos humanos? La hipocresía va en ascenso cuando los intelectuales procastristas denuncian los crímenes de Guantánamo, tanto e iguales de condenables que los asesinatos en la isla. ¿Dónde está el juicio filosófico justo?
Por otro lado, en un plano más bien filosófico (aunque vago pero filosófico) es el esfuerzo descomunal de los hombres de letras para desacreditar al capitalismo y al liberalismo político. No opera en el terreno histórico ya que los hechos demostraron el fracaso de la planificación estatal, sino justamente se reproducen peroratas con tintes pseudoteórico que tildan al liberalismo político de anacrónico. ¿No constituye un anacronismo el personalismo de los regímenes tal como describió Hayek en Camino de Servidumbre? Al mismo tiempo, el igualitarismo opera como la piedra angular que intenta distinguir la justicia de la injusticia social. Los mismos intelectuales que defienden la necesidad de poner límites al mercado y que el estado sea el que regule las actividades privadas de los individuos, ¿sabrán que las grandes dictaduras del siglo XX comenzaron con estas medidas? Cuando se pone énfasis en regular los medios de comunicación ¿acaso desconocen que el fin de las libertades para opinar, pensar, escribir o hablar se inició cuando un gobierno de cualquier signo y/o partido político decidió poseer el monopolio de tales actividades?.
Por su parte, el fundamento igualitarista requiere un poco mas de reflexión. El argumento mejor esgrimido por la sensibilidad de intelectuales y académicos es que la economía de mercado y el capitalismo generan desigualdad entre las personas, por ello es necesario redistribuir el ingreso y la riqueza desde el estado. En primer lugar, parece tan ingenuo y al mismo tiempo tan perverso creer y llegar a sostener que el mundo era mucho más igualitario y más justo antes que el capitalismo y el libre mercado. Basta imaginarse como habrá vivido un esclavo en la Roma Antigua, o un siervo de la gleba en la Edad Media trabajando para un señor de la tierra. Ni siquiera un campesino francés cuyo trabajo se destinaba más que nada a pagar tributos al Absolutismo. Y en la América Colonial, un indio en su pueblo que pagaba tributos a un encomendero para financiar a la Corona y sus guerras. ¿Cómo habrá sido el nivel de vida de un obrero inglés previo a la llegada del capitalismo? ¿Qué comía, que vestía? ¿Se educaba? ¿Pensaba libremente o era un supersticioso acorralado por el miedo? En realidad las fórmulas que proponen en la actualidad aquellos que promueven el igualitarismo se asemejan más que nada a lo históricamente fue un fracaso para la humanidad. La idea de que un cuasi poderoso que ocupa un cargo político pueda erigirse en el rol de decidir y digitar la vida de los demás. ¿Se puede ser tan ingenuo? ¿O en realidad tan perverso? ¿O simplemente un cómplice? Ni siquiera sitúan el planteo sobre el argumento de que el estado se convierta en un catalizador e instrumento para incorporar a los marginados del sistema. Algo entendible y hasta merecedor de discusión para su aplicación. Aún así no hay que olvidar que el problema es que justamente los marginados existen por culpa del los gobiernos. Aquellos que pretender solucionar los problemas no pueden ser los mismos que los causan. Y lo que es peor, no pueden contar con la complicidad de personas poseyentes de una sensibilidad por encima de la media. Si en realidad sirve para algo. O sin realidad acaso la tienen.

*Director del Centro de Investigación de Federalismo y Libertad