Cuando el Voyager 2 planeaba salir del Sistema Solar, por los años 90 Carl Sagan pidió que su cámara fuera reinvertida para fotografiarnos. Y descubrimos ser apenas un punto azul pálido en el universo[i]. Y ese puntito azul está amenazado de muerte por un virus llamado por los científicos: covid 19.

Sí. Los científicos. Vilipendiados por hordas de creyentes, quirománticos, predicadores y arúspices, ahora vienen siendo perseguidos por periodistas, redes sociales y políticos. ¿Para matarlos? ¡No! Para conocer verdades.

El covid 19 nos quiere rescatar del territorio de la post verdad. Del reino efímero de las ignorancias twitteras y facebukeras. Los científicos nos están enseñando a lavarnos las manos. A cuidar nuestro cuerpo. O sea, a todo aquello que miles de dioses y millones de sacerdotes no habían logrado hacer.

El que se dice, representante de dios en la tierra, está encerrado en un palacete. No habla. Y la plaza donde merodean sus ovejas cada día, está vacía. Bien podría salir a su ventana y expeler alguno de sus discursos ante el público que desde hace siglos se merece: ¡Nadie!

El mismo país donde se dice que reina dios, Italia, está desierto. Y Europa,  la protagonista de las violencias más antiguas y grandes, está encarcelada. Emperatriz del terror por siglos, Europa tiembla quejumbrosa ante el covid 19.

El grandilocuente del “America First”, un mordaz peli teñido, habla, cuando lo hace, con voz resquebrajada. Apenas si se le escucha. Dos congresistas víctimas del coronavirus le dieron la mano y se temió que hubiera sido infectado.

Parece que la prueba salió negativa. Pero ha resultado positivo percibir cuán apacible se siente el planeta en medio del silencio de Trump. Y también ahora que el dragón chino apenas vomita la llama de un fósforo.

Los productos que se fabricaban en el planeta de a millares por segundo, están detenidos en los puertos porque ¡los compradores están consumiendo menos! Los océanos, antier plagados de supertanques, están desolados. Los aeropuertos, vacíos.

¿Qué estamos aprendiendo? Nuestra pequeñez. Nuestra pertenencia a un pequeño planeta que, muy inspirados por los sacerdotes, hemos venido destrozando sin misericordia esperanzados en llegar con prontitud a un cielo fantasioso.

Los profetas del apocalipsis están deprimidos. Éste no vendrá, porque ya llegó; lo venimos construyendo desde hace siglos.

Las iglesias están abocadas a alcanzar su destino: los museos. Podríamos cambiarlas por escuelas.

Los profesores, miserables seres humanos por doquiera, podrían ahora alcanzar el puesto que requiere una humanidad ávida de conocimiento. Las escuelas debían funcionar 24 horas, al tiempo que vamos cerrando los prostíbulos.

Nuestra soberbia grandeza ha estado parada sobre nuestra ignorante pequeñez. Suponemos que la Tierra es inmensa sólo porque todavía nuestros más veloces automóviles avanzan a 400 km/hora y los aviones a 1.200 km/hora.

Pero el planeta se desplaza por el Sistema Solar, el patio de casa, a unos 40.000 kilómetros por hora. Las ondas partículas de luz se mueven a 300.000 kilómetros por segundo. El universo que vemos sería apenas el 5% del total; el 95% estaría formado de materia y energía oscuras.

La historia humanoide tal vez de 200.000 años, sería apenas 1,5 por e a la menos 5 de la historia del universo conocido, estimada en 13.500 millones de años.

¡Hemos llamado diosas a todas nuestras ignorancias! Lo que creíamos cierto, ahora conviene pensarlo incierto. La búsqueda de un solo camino, conviene entenderla como de múltiples trayectorias. La capacidad predictiva de los sacerdotes, conviene trocarla por el imperio científico de la duda.

A nuestro afán por vivir en equilibrio, conviene cambiarlo por una realidad en permanente desequilibrio. Nuestra búsqueda por la igualdad, convendría sustituirla por una realidad desigual. Lo que todos creíamos “saber” convendría vomitarlo para comenzar a aprender.

A los que creían que el mundo se iba a acabar, les tengo la buena noticia de que apenas está empezando. Y todo, gracias a un virus. Él nos ha confirmado nuestro pequeño tamaño frente al abundante universo.

Se abrieron de par en par las grandes compuertas del mundo de las maravillas[ii].


[i] Sagan, Carl. (1994). Un punto azul pálido. Barcelona: Planeta. “La Tierra no es más que un punto (y) el lugar que habitamos más que una insignificante esquina…”. Marco Aurelio, Emperador Romano. Meditaciones. Vol. 4. (aprx. 170).

[ii] Ídem. Pg. 231.


El autor es miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (Argentina – www.federalismoylibertad.org), Subdirector del Grupo SERVIPÚBLICOS (Colciencias B),  Profesor Universitario e Investigador Junior (Colciencias) de Colombia.