*Por Jesús Omar Uribe
Juan German Roscio (San Francisco de Tiznados, Guárico, antes provincia de Caracas, 27 de mayo de 1763 / Vila del Rosario – Cúcuta – Colombia, 10 de marzo de 1821) fue un precursor no guerrero de la independencia de Venezuela, quien, junto a Andrés Bello y Leopoldo Zea, fueron propulsores de “la idea de la emancipación mental, tan ardua y tan importante como la de la emancipación militar”.¨
El escritor Domingo Miliani, autor del prólogo de la edición de la obra cumbre de Juan German Roscio: EL TRIUNFO DE LA LIBERTAD SOBRE EL DESPOTISMO (Monte Avila Editores Colección Simón Bolívar, Caracas, 1983) nos cuenta que no fue miembro de la “nobleza” criolla, razón por la cual el acceso a la educación universitaria, reservada al mantuanaje* criollo, le fue vetado, asunto que resolvió con la ayuda de doña María de la Luz Pacheco, esposa del Conde de San Javier. En la Real y Pontificia Universidad de Caracas obtuvo el título de bachiller en Cánones (1792); doctor en Teología (1794) y en Derecho Civil (1800). También, fue vetado su ingreso al Colegio de Abogados de Caracas, lo que originó un litigio que ventiló ante la Real Audiencia, institución que retardó el dictamen hasta 1801, por ser “pardo” (hijo de una mestiza y un inmigrante milanés) y sospechoso de ideas subversivas contra su Majestad Imperial.
El 19 de abril de 1810 fue uno de los primeros representantes del pueblo en incorporarse al Cabildo de Caracas y acompañó al Canónigo chileno José Cortés de Madariaga en la solicitud de renuncia del Capitán General Vicente Emparan. En el nuevo gobierno asumió la Secretaría de Relaciones Exteriores. En 1811 se incorpora como diputado electo en el primer Congreso de Venezuela y es corredactor de un texto titulado “Derechos del pueblo”. El 5 de julio, proclamada la Independencia de Venezuela, redacta junto a Francisco Isnardy, el Acta Suprema de la Independencia.
En 1812, cuando el generalísimo Francisco de Miranda capitula y entrega el poder al jefe realista Domingo Monteverde, Roscio es uno de los primeros prisioneros y fue deportado a Cádiz, para, finalmente, ser trasladado a las mazmorras de Ceuta, junto al canónigo Madariaga y seis patriotas más.
El cautiverio fue para él una escuela de pensamiento y allí nació un libro que tituló: EL TRIUNFO DE LA LIBERTAD SOBRE EL DESPOTISMO.
Este libro es una obra maestra de erudición, una confesión sincera de su superación intelectual, un canto a la libertad, una crítica implacable a la tiranía y al despotismo, un reconocimiento a la única fuente de la legitimidad de los gobernantes: la soberanía del pueblo; un reconocimiento a la división de los poderes (El Sanedrín); además, es una denuncia implacable contra la llamada por él teología feudal justificadora del despotismo y la tiranía; y, en definitiva, (criterio que comparto con el historiador Walter Márquez) una teología de la libertad, muy distinta a la llamada teología de la liberación que acercó a algunos movimientos y personajes cristianos al socialismo, sumando una nueva manera de justificar el despotismo encubierto, ya no en el origen divino de los reyes, sino en la “justicia social y la igualdad”.
El libro fue editado por primera vez en Pensylvania en 1817 en la imprenta de Thomas H. Palmer. De su estadía en ese Estado también escribió un Catecismo religioso-político contra el Real Catecismo de Fernando VII, que permaneció inédito hasta el siglo XX.
Reconstituida la República, Roscio regresa a Venezuela a mediados de 1818. Dirige junto a Francisco Antonio Zea y Fernando Peñalver el célebre periódico El Correo del Orinoco, fue designado Vicepresidente del Departamento de Venezuela y al poco tiempo, le fue otorgada la misma investidura en la Nueva Granada, residenciándose en la ciudad fronteriza Villa del Rosario, ubicada en la frontera entre Venezuela y Colombia, donde muere, pues su salud se encontraba resentida desde el año 1920.
Esta breve digresión biográfica, necesaria, dada la importancia de este intelectual cuya obra llegó a influenciar a un personaje de la talla de Benito Juárez para impulsar sus reformas, especialmente, las referidas a la eliminación de los privilegios de la Iglesia Católica, es una obra maestra acerca del valor de la libertad y la soberanía radicada exclusivamente en el pueblo.
La obra fue reeditada en 1821 (Filadelfia, imprenta de M. Carey e hijos) y en 1847 (también, en Filadelfia). En México se realizaron tres ediciones: Imprenta de Martin Rivera (1824); Imprenta de York, Oaxaca (1828); Imprenta de Juan R. Navarro, México (1857). En Venezuela se imprimió por primera vez, en 1953. La citadas reediciones demuestran la importancia de la misma.
Roscio, decide buscar en las antiguas escrituras bíblicas las fuentes de los aportes fundacionales, que, además del monoteísmo, le fueron dando cimientos a la civilización humana, especialmente, en la lucha contra la tiranía tan usual en los gobernantes de aquellos tiempos y cuya ignominia, parece mentira, aún tiene cultores en el siglo XXI.
Escribe… “Pero si me encargases de salvar de su angustia y trabajos a los que gimen bajo el despotismo de los Reyes, sería Abraham mi norte, y mi guía sería Moisés, Josué, Aod, Gedeón, Samuel y Jeroboán, o a los Macabeos, el original de donde copiaría mis instrucciones. En vez de portarnos entonces como mansos corderos, obraríamos como esos leones de Israel en obsequio de nuestra libertad y la de nuestros semejantes. Si los déspotas del cristianismo practicasen los conceptos y preceptos evangélicos que reservan exclusivamente para las víctimas de su arbitrariedad, cesaría la opresión en sus reinos, no tendrían vasallos y esclavos, sino súbditos, hermanos y ciudadanos libres; nunca temerían revoluciones, ni el que fuese imitada la conducta de los héroes de aquellas tribus”.
La tribu hebrea de los Macabeos había enfrentado, mediante el uso de la guerra de guerrillas a los Seleúcidas, derrotándolos, bajo el mando de Judas, cuyo nombre podría significar “martillo” o “designado por Dios”.
Roscio sostiene que “cuando la soberanía se concentra en un gobernante –monarca o no- y este la ejerce a espaldas del pueblo y no en su beneficio, es usurpación. En ese caso es justificado el tiranicidio. Quien personaliza la delegación de su pueblo para traicionarlo deja de ser soberano y debe ser revocado por la base de la nación. El pueblo que acepta la usurpación de la soberanía, pasivamente incurre en esclavitud, por sumisión a la obediencia ciega”.
Roscio es implacable contra lo que él llama “la Industria de la fe”. Escribe: “En la monarquía despótica que yo adoraba, por el abuso de la Escritura, se había viciado de tal suerte el espíritu público, que el sistema de la tiranía se respetaba como artículo de fe, la práctica opresivas del tirano se veneraban como divinas y eran tildados de irreligiosos cuantos usaban de su derecho contra este mal envejecido. A fuerza de imposturas, juegos de palabras y términos trabucados, pero muy conformes al falso concepto inspirados a un vulgo ignorante y fanático, pasa por inviolable y sagrado a la planta del despotismo… Encorvado bajo el triple yugo de la monarquía absoluta, del fanatismo religioso y de los privilegios feudales, vive tan degradado que ni aun conoce su degradación: y bien lejos de este conocimiento, se halla contento con su ignominioso estado, estimándolo como una lealtad acendrada, como el don más preciado de la Religión católica, como la quinta esencia de todas las virtudes, como el duce fruto de la libertad civil y la senda más segura del paraíso celestial…Tal ha sido el hechizo con que han fascinado su entendimiento los partidarios de la tiranía, que le vemos armarse contra los que acercan a romper las cadenas de su cautividad. Yo mismo incurrí en esta infamia en 1797 y 1806. Tan constante ha sido la obstinación de los teólogos del poder arbitrario en querer amalgamar dos cosas tan irreconciliables, el cristianismo y el despotismo…”
En el siguiente slogan de la época podemos sintetizar la teología feudal de la tiranía: “Quien obedece al Rey, obedece a Dios; el servicio del rey es el servicio de Dios.”
Con palabras de Roscio explicaremos el título de este artículo: “Todo Israel congregado en Siquen para constituirlo Rey ( a Roboán hijo de Salomón) exige como requisito indispensable el que se alivie de la servidumbre, a que le había reducido el durísimo imperio de su padre ( Salomón se había apartado -escribe Roscio- de las pautas en el c. 17 del Deuteronomio. Además -agrega- infatuado con el número excesivo de mujeres, y concubinas extranjeras e idólatras a que se entregó, también incurrió en la idolatría, abusó del poder de la nación… A su profesión no eran suficientes las cuantiosas sumas de oro y plata que entraban de otros países: fue preciso imponer y aumentar las contribuciones domésticas (impuestos) cuyo peso parecía insensible a un pueblo embriagado en sus placeres…”
“Roboán para contestar pidió y obtuvo un plazo de tres días; dentro de los cuales consultó a los ancianos consejeros de su padre. Estos como peritos en la ley y derechos de la nación hallaron justa la demanda de los Israelitas, y fueron de parecer que la otorgase, si quería reinar sobre ellos…Si obedecieres a este pueblo -le dicen- , si le obsequiares, accediendo a su instancia y le hablares dulcemente, serás bien correspondido. He aquí el dictamen de los sabios: dictamen de obediencia, obsequio y mansedumbre, como lo exigía el derecho de la tribu, dictamen arreglado al capítulo 17 del Deuteronomio, que entre otras cosas prohíbe al rey ser orgulloso e insolente con sus hermanos.”
…” Pero nada de esto agradaba a Roboán: menos preció la consulta de los prudentes, y buscó la de los indiscretos…Siguiendo al pie de la letra el consejo de ellos (estos últimos) habló al pueblo con elación y soberbia; y considerándose más autorizado que su padre para oprimirle, contradice y rechaza su justa pretensión, protestando agravarle el yugo de la tiranía. A este fin usa en su discurso de una frase insolente y despótica diciéndoles, que si Salomón los había afligido con azotes, él los afligiría con escorpiones”… …”es a todas luces evidente la justicia con que se sublevan las tribus contra Roboán… cuando vieron desatendida y ultrajada su demanda: entonces es que se valen de su poder y su fuerza, único y necesario recurso contra un déspota inexorable. Con igual razón apedrearon y mataron al superintendente de las contribuciones…”
¡Roboán huye precipitadamente a Jerusalén!