Nuestro coordinador de proyectos en Buenos Aires, José Manuel Rodríguez Torrez, se consagró con el primer puesto en el concurso Liberales por el Libre Comercio de Red Liberal – Relail con su ensayo “Protección contra la libertad”:
El presente trabajo busca sintetizar los aspectos peculiares del libre comercio y las políticas en torno a este. Se expondrá primeramente como es concebida la actividad comercial en América Latina junto con la dimensión teórica e ideológica que ha tergiversado su significado. Proseguiremos abordando al proteccionismo como respuesta de los países latinoamericanos ante un concepto errado de comercio y elemento funcional del autoritarismo. Finalizaremos construyendo el análisis de los lazos sociales de progreso, que se desarrollan en un sistema de apertura, o de proteccionismo, extrayendo para concluir, el carácter y verdadero fin de este último.
Actualmente existen más de 180 países en el mundo, cada cual con su determinado territorio, lleno de diferentes recursos naturales y ciudadanos con distintas tradiciones y aptitudes.
En este contexto, ante la ausencia de un recurso se contrapone la abundancia de otro. De esta manera, naturalmente el comercio es una respuesta a la escasez, cimentada sobre la producción y explotación de lo que se tiene, impulsada por la ausencia y demanda de lo que se quiere y necesita.
Resulta lógico considerar, que las naciones deben dedicarse entonces a potenciar sus capacidades productivas, y a vivir de lo que mejor saben producir. Sin embargo esto en Latinoamérica no ha sido así. En este continente, en cambio, han catalogado al comercio como una actividad perversa, que sirve como herramienta de dominación y subordinación sobre los estados no desarrollados.
América Latina ha abrazado la teoría de la dependencia como baluarte doctrinario a la hora de definir políticas de comercio exterior. Esta teoría considera que el comercio es un proceso en el cual simplemente se benefician las naciones desarrolladas, que usan dicho instrumento como herramienta de opresión financiera.
Básicamente, el comercio es un intercambio de un bien por otro. Sin embargo si es un intercambio deben participar dos partes, porque lógicamente es imposible que una persona intercambie algo consigo misma.
Partiendo de esto, para que un intercambio sea tal, debe ser acordado entre las partes, si una parte no le otorga a otro lo acordado es una estafa, si no le otorga nada es un robo. Un intercambio debe ser voluntario, sino es un hecho punible.
Los intercambios comerciales internacionales se realizan en el marco del derecho, entonces son completamente acordados. Entendemos entonces que en el comercio exterior no existe la posibilidad de un robo o estafa, ¿Cómo es que un acuerdo voluntario y acordado beneficia a una parte solamente y a la otra la condena a la miseria y la subordinación? Ciertamente tras un intercambio una parte participante puede resultar afectada, pero esto no es responsabilidad del comercio per se.
Una historia narra que cuando los conquistadores españoles llegaron a las diferentes islas en el caribe, intercambiaron espejos con los indígenas, a cambio de perlas. Muchos acuden a este hecho como un ejemplo de las desventajas del comercio como instrumento imperialista, ignorando completamente que los indígenas no hacían absolutamente nada con las perlas, porque no tenían valor en su cultura, por lo cual realmente considerar a este intercambio algo injusto es un disparate. Posiblemente para los indígenas mismos, los conquistadores eran ingenuos al querer esas esferas brillantes inútiles a cambio de un artefacto tan impresionante como el espejo. Suponiendo que la historia es cierta, ¿es culpable el comercio de que los indígenas entregaran las perlas?, en absoluto, pues se realizó un intercambio de manera voluntaria y los errores cometidos por parte de los individuos involucrados no son responsabilidad de proceso.
La etiqueta que se le ha puesto al comercio sobre la base de historias como la anteriormente narrada nutre el sentido común Latinoamericano, formando un prejuicio sobre la actividad comercial, severamente nocivo para el desarrollo del continente. Por ejemplo, en la provincia de Tucumán, en la República Argentina, el limón es un producto de tal calidad, que es exportado a los Estados Unidos. Supongamos que una de las empresas, que participan en este comercio, recibe las ganancias esperadas y con ellas debe prepararse para la próxima cosecha, cuidar el campo de las plagas, asegurarse de contar con las mejores maquinarias, planificar la siembra, la recolección, etc. Pero supongamos que la empresa es mal administrada y hace todo este proceso de manera deficiente. Cuando el mercado de Estados Unidos vuelve a demandar limones tucumanos, esta empresa no cuenta con la suficiente cantidad o calidad, por lo cual perderá demanda, disminuirán sus ganancias y comenzara a verse afectado. En este escenario ¿es culpable el comercio por las pérdidas de la empresa de limones? Por supuesto que no; es un disparate culpar al demandante por los errores del oferente.
A pesar de que el sentido común, como hemos demostrado, no ha de concebir al comercio como un problema, en Latinoamérica insistimos en protegernos de él. De esta manera caemos en el proteccionismo, una doctrina adoptada en todo el mundo en mayor o menor medida, pero que acá es enarbolada como bandera de lucha por parte de los gobiernos populistas contra lo que denominan “imperialismo comercial”.
Retomando la idea de que muchas naciones se dedican a vivir de lo que mejor saben producir, otras buscan producir todo, sin importar costos o calidad, con tal de evitar el comercio exterior, y la opresión que este presuntamente trae.
De esta manera se busca proteger a la industria nacional, impidiendo por la fuerza, que compita con productos importados. Esta estrategia se basa en el respaldo a los empleadores nacionales, para evitar que sus empleados pierdan sus puestos de trabajo, en un contexto en el cual no puedan competir con productos importados.
Esta visión pareciera considerar al individuo como un elemento que solamente produce. Idea que se le atribuye al capitalismo, pero que acá, en un instrumento anticapitalista, se encuentra presente.
Los modelos de protección a la industria nacional parecen ignorar que el trabajador no solo produce, también consume, pero solo pueden consumir bienes de la industria nacional, porque los importados están forzosamente fuera del mercado.
Entonces aunque el trabajador tiene una presunta estabilidad laboral, está obligado a consumir una serie de productos de dudosa calidad, a precios elevados en comparación a los que podría adquirir si se permitiera la importación. Se trata en suma, de una protección paradójica.
Si se eliminan las barreras al comercio internacional, muchas industrias no podrán competir con las importaciones, sin embargo, el ser humano no es la especie predominante en la tierra por casualidad, es capaz de trasladarse, aprender y comprender su entorno de manera única, ¿no podrán los trabajadores conseguir otro rubro al cual dedicarse? ¿No puede una nación conseguir un bien que pueda producir en mayor cantidad y mejor calidad? Lógicamente si, la orientación a la superación y el éxito es la historia misma de la humanidad.
Un mercado libre es siempre orientado por la competencia, que equivale al esfuerzo para obtener ganancias en el mercado. Las empresas buscan generar bienes de mejor calidad al mejor precio. En contraparte, los individuos buscan ser los más aptos y preparados y así entrar en las mejores empresas. Mientras que en la otra cara de la moneda, las empresas están compitiendo por ofrecer los mejores salarios y las mejores condiciones, y así llamar la atención de los individuos más preparados. Competir, en todos los sentidos, es el proceso que se lleva acabo para ser y hacer lo mejor.
Sin embargo, competir, conlleva gran preparación, esfuerzo y trabajo. En cambio el proteccionismo avala la falta de estos valores y no solo promueve el aislamiento, sino el estancamiento de sectores que carecen de cualquier tipo de incentivo para crecer o mejorar.
El proteccionismo al final cumple la función de proteger, pero protege a los individuos de productos de buena calidad, de mejores precios y al final abre la posibilidad de que estados totalitarios asuman las riendas de los mercados, cuando estos no cuentan con ninguna interacción con el exterior. De esta manera la denominada teoría de la dependencia, ciertamente, expone una forma de ser dependientes, no del poder comercial de los países desarrollados, sino de la estructura estatal que puede llegar a cercar una economía.
El libre comercio genera una situación de cooperación entre factores productivos internacionales, que estrecha los lazos entre países del mundo como nunca antes. El comercio exterior no solo genera bienestar y crecimiento económico, sino que disminuye exponencialmente el poder que poseen los estados, para entregárselo al ciudadano común, en el ejercicio del poder de mercado.
El paradigma del proteccionismo es funcional a los gobiernos autoritarios, por ello es un tema que debe reflexionarse en el seno de la sociedad, para lograr destruir una de las tantas herramientas que tiene la tiranía en nuestro continente. Estas ideas ya estaban claras siglos atrás, cuando se aseguraba que “el proteccionismo, el socialismo, y el comunismo son básicamente la misma planta en tres etapas diferentes de crecimiento” (Frédéric Bastiat, La Ley, Instituto Libertario, San Jose 2003, p. 14).
El proteccionismo, entonces, termina protegiendo al individuo de bienes que nunca tuvo la libertad de elegir, de empleos cuyas aptitudes nunca tendrá la libertad de desarrollar, de servicios que nunca tendrá la libertad de demandar. El fin mismo del proteccionismo pareciera ser proteger a las personas de su estado natural; la libertad.