Por: Bernardo Congote

 

En estos días se le rinde culto a la pobreza. Por estas calendas muchos se embelesan alabando pesebres y hambres. Son días donde se les rinde culto a los valores más destructivos.

(¡Y son las fiestas de los niños!)

Algunos cantantes las llaman “navidad negra” o “amarga navidad”, asociándolas al despecho o al desamor (la cereza del postre festivo).

Esas masas que le cantan a un niño nacido en una cueva de una madre embarazada de un ángel, abandonado luego por su padre celestial, año tras año alaban lo peor de lo humano, verdaderamente humano.

Para ahondar la tragicomedia, en las mesas de los epulones y de los recicladores se brinda por el hambre mientras humean los panes.

Las fiestas pesebrinas son el homenaje a lo que no debía celebrarse. Renuevan el culto trágico a nuestro Apolo mientras pisotean nuestro Dionisio ditirámbico, juguetón y hedonista.

Y resuenan a la par con las trompetas de la violencia. En estas sospechosas fiestas abundan muertes, quemados, riñas y heridos en carreteras, playas, pueblos y barrios.

(¡Y son las fiestas de los niños!)

Alabando la escasez en medio de la abundancia; cantándole tragicómicamente a amores odiadores; y balando ovejas por la llegada de una salvación esquizofrénica ¡tiene por qué regodearse la muerte!

Pobreza, Escasez y Muerte son las divinidades que sostienen los pilares del pesebre. Son las patas de las mesas que se colman de viandas en todos los estratos.

Son las trompetas apocalípticas que, año tras año resuenan para rendirle culto a la destrucción de un planeta pletórico de belleza que estamos degradando a valle de lágrimas.

¡Y son las fiestas de los niños!

Celebran el hambre y la miseria de regímenes que aplastan con la tortura; con disparos por doquier; con guerras permanentes que se engüllen las paces totales.

Fiestas que entrenan a las masas para que sigan aplaudiendo a los profetas del terror, fabricantes de armas, populistas de la miseria.

Miles de sujetos desarman sus pesebres quedando listos para ser garroteados con los colores y olores mortecinos de la cuaresma.

No bien pasado enero, en marzo comienzan los cuarenta días que preceden las otras “celebraciones” donde se venera un suicida agonizante de un madero, lanceado por un guardia y abandonado por su madre terrenal y su padre eterno.

La perversa estrategia pesebrina riega el campo donde siguen floreciendo los dictadores; los mesías; los profetas; los arúspices; los augures; los quirománticos; los tramposos.

Guerra y Miseria son las madres de un atraso que necesita dictadores que sometan a las masas por el hambre creciente y la escasez programada.

Dictadores populacheros que hacen más miserables a los miserables y aplastan la esperanza de quienes pretenden superarse por sus propios méritos.

Dictadores que hacen relampaguear en el horizonte los truenos de cañones que logren doblegar la cerviz de los pensantes.

La guerra permanente justifica que los epulones construyan más murallas dentro de las cuales se reparten los botines; más carros blindados que los transporten por calles cada vez más peligrosas; más negocios torcidos que les permitan privatizar los impuestos.

Las fiestas del Hambre y la Violencia siguen siendo el alimento de la “fe” de los miserables y la “confianza” de los privilegiados.

¡Y son las fiestas de los niños!

“A la larga, una sociedad (dictatorial) sólo sería posible basándose en la pobreza y en la ignorancia.” 

(Orwell, G. 1984. Bogotá : Skala, Página 154. Paréntesis del blog).

Congótica. La violencia contra los niños comienza en casa.

Congótica 2. La festividad natural de los niños comienza a ser castrada desde las fiestas pesebrinas.

Congótica 3. Los niños no sólo son violados sexualmente; las fiestas pesebrinas amenazarían con violarlos psicológicamente.