*Por Bernardo Congote

El logro de la democracia avivó la frágil llama de las ilusiones en Argentina. Siendo la dictadura una ilusión, los argentinos diseñaron la democracia como otra ilusión. Pero mientras aquella es tozuda y cruenta, esta descansa en reconocer al otro. Mientras aquella dejó hondas heridas en el alma social, la democracia busca sanarlas. Mientras los dictadores van por todo, la democracia reconoce los derechos de las partes.

North propone que las limitaciones culturales traspasan el tiempo. Pasan de generación en generación[i]. Razón por la cual asistir hoy a una separación radical entre quienes desean volver a la dictadura, disfrazada de kirchnerismo, o avanzar hacia la democracia, abanderando la libertad, podría ser otra señal de que la sangre derramada durante la dictadura sigue brotando desde el fondo del alma nacional.

Entre Perón y 1983, corrieron muchos años. Demasiada sangre. Demasiado silencio. Demasiadas desapariciones. Demasiadas huidas. Demasiada tortura. Demasiado terrorismo de Estado. Demasiadas ilusiones. Por lo que no es probable que, en tan pocos años, la Argentina pudiera pasar, desde 2015, desde lo profundo de la caverna hacia la apabullante luz que hay a la salida del túnel.

Los hechos lo comprueban. Desde un bando hacia el otro, desde Alfonsín hasta Macri, habrían sido todavía superficiales los esfuerzos por sanar las heridas de la dictadura. Y la llamada<<grieta> sería sólo una muestra de esas heridas. La grieta no fue parida por la democracia sino por la dictadura. No se la inventó Macri. La parió Perón. El hecho que, hoy, haya muchos argentinos dudando entre seguir o no en lo profundo del precipicio dictatorial (ahora sin uniformes verdes), sería evidencia suficiente del lastre.

Estudiando la miseria de la cultura argentina, Eisen escribió hacia 1981 que, en la dictadura, << el gobierno infiltra todas las zonas… y gracias a un bombardeo ideológico intensivo (procura) ocupar todos los lugares… La trama de los lazos entre la sociedad civil y el Estado tiende a apretarse. La dictadura tiene su ideal: la simbiosis>>[ii].

La simbiosis asfixia. Impide ver al otro porque no lo hay. Impide escucharlo, porque no habla. Impide verlo, porque no aparece. Sinrazones por las cuales, rota la dominación militar, la Argentina no habría tomado las precauciones suficientes para romper su herencia simbiótica.

Tal vez se pensó que bastaba con redactar una nueva Constitución. O elegir a éste o aquel presidente. Pero todavía la sangre simbiótica, la del silencio, la de la ceguera, la de la sordera, estaría corriendo por entre las venas abiertas de la sociedad. Y alimentándose con el veneno de su pasado, no podría ver su presente ni, menos , futuro alguno. (¡Este sería el verdadero riesgo país!).

Las dificultades que afronta la Argentina hoy para elegir el nuevo gobierno entre 2019-2023, vendrían atadas a aquella herida dictatorial. Los intentos de Alfonsín, Menem, Duhalde o Macri por remar contra la corriente dictatorial amenazan aparecer hoy, al filo de junio, todavía vanos. La imposibilidad en la que ha vivido la Argentina para que unos y otros se reconozcan, se escuchen, se vean o se oigan, en síntesis la simbiosis dictatorial, mostraría empinado el camino constructor de la democracia.

Muy probablemente los intentos por buscar verdad, justicia y reparación a cargo de los militares simbiotizantes, todavía no hayan sido suficientes para sembrar la semilla democrática. Ojo: ¡sembrarla! Mientras no se pueda crear una Justicia Especial para la Paz (JEP), mediante la cual se viertan todos los desechos dictatoriales de los últimos 70 años, para la Argentina seguirá siendo un <<parto de los montes>> sembrar la democracia[iii].

Una forma de romper la simbiosis dictatorial sería hacerle una cirugía radical al engendro de la grieta. Paradójicamente, sería una cirugía que, en lugar de abrir herida alguna, buscara cerrar todas las que están abiertas. Y ello sólo se lograría definiendo las responsabilidades y comprometiendo las reparaciones que peronistas, justicialistas, izquierdistas y todos los demás, tuvieron y siguen teniendo soñando con que seguir en la simbiósis dictatorial, equivalga a sembrar la vida democráticas.

O sea, pretender que sobrevivir en el fondo del precipicio trazado por la grieta, sea, de suyo, el camino de la democracia. En tanto la Argentina no encuentre en este próximo debate electoral, un camino hacia la verdad, la justicia y la reparación, el próximo gobierno sea cual fuere su color banderizo, arriesgaría seguir siendo víctima del peso de esta cruz con la que carga la nación desde el siglo pasado.

Y ¡vaya si es una cruz! No en vano tiene a todos los sacerdotes vigilantes. No en vano los mensajes que vienen desde El Vaticano aparecen como palos en la rueda democrática. No en vano la protección de los pobres, no su promoción en clases medias prósperas, continúa enarbolándose como bandera política. No en vano una política miserable se arriesga a competir y victoriosa, contra la política del cambio.

¡A la Argentina le convendría tirar a un lado su cruz dictatorial! Convendría vomitar desde el alma argentina el apocalíptico y muy católico: <<quien no está conmigo está contra mí>>.

*Miembro del Consejo Internacional de la Fundación Federalismo y Libertad (www.federalismoylibertad.org), profesor universitario colombiano y autor de La Iglesia (agazapada) en la violencia política (www.amazon.com).

Junio 2019


[i] North. D. (1993). Instituciones, Cambio institucional y desarrollo económico. México: Fondo de cultura, Capítulos 4 y 5.

[ii] Eisen, M. (1981). <<Miseria de la Cultura Argentina>>. En Zuleta, E., (2000). Elogio de la dificultad. Cali, Colombia: FEZ, Páginas 67-68. Paréntesis del artículo.

[iii] La JEP ha sido un nstrumento civilista, probablemente inédito en el mundo, diseñado por Colombia para sanar las heridas de su cultura violenta política sembrada desde los albores del siglo XIX.