Por: Politólogo Gabriel Flores.

CONTEXTO

El escenario político-institucional en Venezuela puede entenderse de la siguiente forma: ausencia de reconocimiento entre Chavismo y Oposición, generando un estancamiento mutuamente dañino. “A” no puede imponerse sobre “B” y viceversa. Esta dinámica arropa a las instituciones y afecta a toda la sociedad, generando – entre tantas cosas – el fenómeno de la “desafección política”. El Chavismo controla la capacidad de producir resultados institucionales y posee el elemento fáctico del poder. Sin embargo, carece de reconocimiento de la mayoría de los ciudadanos y de algunos actores internacionales. Para el Chavismo, la ausencia de reconocimiento es originado por una institución en desacato (AN), por lo tanto, la renovación de dicha institución marcaría el inicio de una ‘solución’. Para la Oposición, el problema se debe, principalmente, al dominio hegemónico de las instituciones (Poder Público) y el control social, es decir, al dominio casi absoluto del sistema político.

Ante eso, el liderazgo opositor con mayoría en el Parlamento optó por el quiebre del Chavismo con: 1) Tratar de romper la obediencia de la FANB hacia el Chavismo – Institución que controla y simboliza el uso de la Fuerza-; 2) Presión social mediante movilizaciones; 3) Con sus aliados internacionales implementaron un sistema de Incentivos (premios y castigos) con sanciones e investigaciones judiciales (castigos) y la propuesta de un Gobierno de Emergencia Nacional (premios). Esto con la intención de persuadir y a los focos de gravedad que sostienen al Chavismo (fuerza y dinero) y generar la ruptura que permita nivelar el terreno para un escenario de negociaciones. Dicha estrategia no ha sido suficiente, el Chavismo ha sabido resistir, por lo tanto, el proceso natural de fragmentación, desgaste y desarticulación de la diversidad opositora es natural, no sorprende.

EL CHAVISMO Y SU CONSISTENCIA EN EL JUEGO POLÍTICO

Los acontecimientos de los últimos días (declaraciones de distintos actores Opositores y Chavistas, excarcelaciones de presos políticos, negociaciones ‘bajo cuerda’, entre otros) se encuadra con lo que pareciera ser la estrategia del Chavismo con la Oposición: Desplazar a la ‘Oposición confrontativa’ (AN electa el 2015) por una Oposición ‘Obediente’ que no cuestione su autoridad, configurando una ‘Oposición Oficial’ (Partidos y políticos que se quedaron rezagados en la dinámica política). La sensación de “pausa política” generado por la Pandemia de la Covid-19 y la pasividad táctica de la Oposición en el tablero interno, facilitó el reacomodo y oxigenación gubernamental de la administración de Maduro y preparar las siguientes jugadas contra la Oposición.

En este sentido, la búsqueda del desplazamiento opositor y el reacomodo en la administración de Maduro pudiera tener las siguientes incidencias:

1) Que las dinámicas internas del régimen político adquieran fachadas de institucionalidad democrática. Una apariencia de retorno democrático o, al menos, al ejercicio parlamentario.

2) Profundización de la desarticulación entre el liderazgo opositor, cuya fragmentación sea trasladada al respaldo social de cada grupo. Señalamientos y culpas entre líderes (y ciudadanos) acortaría el espacio para el entendimiento.

3) Propiciar lazos de entendimiento entre el Chavismo y actores internacionales, a través de voceros de la nueva ‘AN plural’, para tratar de recuperar cierto margen de maniobra y disminuir influencia de la Oposición desplazada (G4).

Todo esto, aunque es un ejercicio de aproximación, pudiera ocurrir – entre otras cosas – por el aprovechamiento de una debilidad evidente en todo el universo opositor: Ausencia de unidad. La falta de consenso en torno a la estrategia y al tratamiento con los actores Chavistas ha generado el caldo de cultivo para que el Chavismo potencie la desarticulación existente con el manejo de la coyuntura del ‘6D’, creando falsos dilemas y, mediante el otorgamiento de concesiones y una suerte de ‘apertura’, generar un complejo juego de percepciones en el cual hace creer que un bloque de la Oposición está haciendo lo que el Chavismo no quiere que haga, mientras que el otro bloque opositor está haciendo lo que el Chavismo quiere, cuando en realidad todos los bloques opositores están actuando como el chavismo lo ha calculado, ya que, partiendo del desacuerdo estratégico y de la ausencia de reconocimiento interno, se hace más o menos previsible una posible actuación/incidencia de ciertos grupos opositores, por lo tanto, el Chavismo al tener la capacidad de producir resultados institucionales y de otorgar premios y castigos en el statu quo logró persuadir a un sector opositor para que acceda a jugar bajo su narrativa. Así demuestra que está cediendo cierta capacidad de veto institucional a un sector que considera manejable y que no representa una amenaza frontal a sus intereses. De esta forma el jugador desplazado, sería espectador de la dinámica institucional, o en el peor de los casos: la ‘antipolíticia’. Por lo tanto, la fragmentación opositora y que ‘cada quien actúe por separado’ es exactamente lo que busca el Chavismo, es seguirle el juego.

Ese consistente juego del Chavismo pareciera apuntar al rediseño de una nueva lógica en el régimen político que le permita sortear la inestabilidad del sistema y su relación con el entorno internacional. No representaría un cambio de sistema ya que no cambiaría el ordenamiento y/o dominio institucional (como característica rectora), sino las relaciones entre actores en las dinámicas institucionales. No se percibe una intención de ‘acceder a contrapesos reales’ como lo exige el ejercicio democrático, sino de compartir ciertas cuotas de poder de forma condicionada.

SOBRE LA OPOSICIÓN
La crisis de la oposición no se reduce a lo estratégico, sino al reconocimiento entre sí. La ausencia de resultados en el terreno interno ha hecho que la dinámica opositora se reduzca a una competencia de rutas y narrativas que se presentan como excluyentes e irreconocibles por la falta de entendimiento. Esa dinámica ha convertido la discusión opositora en una ‘toma y dame’ afianzado por glorias pasadas, fracasos incuestionables (como el 30-A), una suerte de ‘pureza y superioridad moral’, y por la adjudicación de resultados gracias a “diligencias personales”, desconociendo que todo es parte de un proceso de encadenamiento de hechos que se condicionan.

Esto generó la tribalización del respaldo opositor. Lo que conlleva a reducir la cuestión de la desarticulación opositora al terreno del liderazgo y sus cualidades personales, dejando en segundo plano elementos de contenidos programáticos y viabilidad, algunas veces por la dificultad en la comprensión de las rutas debido a la poca claridad en las comunicaciones, otras veces por la desinformación. Esto ha llevado a la dirigencia genere discursos dirigidos solo a sus seguidores de base, alimentando la lógica tribal, teniendo como efecto el cuestionamiento a todo intento de reconocimiento y unificación que no gire en torno a la propuesta ‘del líder que me representa’.

Ante eso, el reto que presenta el universo opositor es, en primer lugar, superar esa lógica tribal que no permite la evaluación de propuestas de otros líderes, canalizar el descontento social y convertirlo en acción y movilización.
En esa necesidad de unidad, Juan Guaidó solicitó a los otros líderes opositores reunirse y discutir una ruta para generar consenso en la estrategia y acciones internas. En dicho llamado, lo principal fue evitar caer en dinámicas que contradigan la narrativa que ha permitido el reconocimiento interno y externo de la AN – Gob (E), lo que aumentaría el desencanto y respaldo de la ciudadanía.

La respuesta de María Corina Machado, aunque fue consistente con lo que siempre ha planteado, depende de la intención, recursos, disponibilidad e intereses de actores externos de cara a la generación de una amenaza creíble. No ofrece acciones internas, siendo ese el vacío que la oposición necesita cubrir. Por su parte, el excandidato presidencial H. Capriles, se desmarca del G4 y parece comprender la necesidad de una ruta activa y pragmática, rompiendo con el dilema del voto, aceptando el juego bajo la narrativa del Chavismo. Aunque es una maniobra activa que busca movilizar a la sociedad, no deja claro – hasta ahora – cuál será su estrategia de cara a la movilización del voto. Esto permite hacernos preguntas de cara al compromiso de asumir esa dinámica que se desprende del juego electoral condicionado: en caso hipotético de que obtenga una mayoría en la AN, siendo ese el mejor escenario planteado pero el menos probable ¿qué garantiza que su accionar tenga incidencia real y sirva como contrapeso institucional? De no obtener la mayoría parlamentaria ¿cómo podrían sortear trabas de cara a la solicitud de un referéndum presidencial? – cosa que de fondo otorga reconocimiento a Maduro como presidente electo de forma legal, desconociendo acciones de la AN elegida el 2015 – ¿Cuál sería la estrategia y el objetivo de fondo que acompaña la decisión de asumir actuar bajo la narrativa del Chavismo? ¿Cómo beneficiaría esto a la sociedad? ¿La dinámica parlamentaria controlada por el Chavismo permitiría nivelar el terreno institucional? ¿Conviene más al Chavismo o a la sociedad participar en unas elecciones contra pronóstico y de forma desunida? ¿Realmente eso es lo que quiere la gente?
Todo esto hace pensar que cualquier ruta, propuesta y dinámica que asuma la oposición será insuficiente mientras se mantenga la ausencia de articulación.

Aunque no hay salidas definitivas, sin ese ingrediente se complejiza la generación de un hecho político propio que conecte y movilice con la ciudadanía y permita que una narrativa activa confronte y genere disonancia en sectores del Chavismo. Ante eso, la tarea pendiente es poner cable a tierra en las acciones internas delimitando objetivos claros. Otro reto es recuperar la relevancia de la acción partidista en la sociedad. Reducir el papel partidista al respaldo institucional, a una coyuntura de movilización del voto y a la dinámica tribal del liderazgo opositor, ha llevado a la paralización de flujo que conecta las bases sociales con la dirigencia. Rediseñar nuevas formas de activismo partidista es una necesidad. Si bien el contexto genera un gran desafío por los controles y amenazas, ese dinamismo podría ser un elemento que contribuya a conectar con la ciudadanía y potenciar demandas de otros sectores (gremios, iglesias, academia, ONG) y romper la parálisis opositora. La necesidad de generar un hecho político que movilice desde las bases requiere, ineludiblemente, del accionar de organizaciones políticas que fomente el cuestionamiento de los procesos del sistema.

En este sentido, la diversidad opositora debe tener en cuenta que actuando bajo la narrativa del Chavismo la incidencia institucional dependerá solo de ellos mientras que la misma les sea favorable, buscan domesticar el ejercicio de la diferencia y si hay resistencia los anulan del juego, así lo ha demostrado. No asumir el juego Chavista sin proponer un plan que cuestione activamente su dominio, compromete al liderazgo y mantiene la ausencia de incidencia en el statu quo, pues el dominio del PSUV existe y se resiste. Va más allá del control institucional. Ante esa realidad entrampada debe enfrentarse la fuerza democrática.